Sharon Tate: “Solo me llamaban para películas gore... hasta que me rescató Tarantino”

La mansión de Sharon Tate en el número 10050 de Cielo Drive, al norte de Beverly Hills, en Los Ángeles, es una casa “de estilo rural francés”, según las revistas de arquitectura, y para llegar a ella hay que atravesar un extenso jardín de pinos y cerezos, flanqueado por sendos barrancos y con una piscina de azul turquesa que refulge a la izquierda del camino. La actriz –que recibió este año el Oscar honorífico por el conjunto de su carrera– sale al porche para recibirnos, rodeada de chihuahuas: “Acaban de irse Pamela Anderson y Liam Neeson, qué buena pareja hacen, ¿no se los han encontrado?”, comenta, enfundada en un vestido corto acampanado de Armani, a sus inverosímiles 82 años. “¿No ha venido Gabriel Lerman hoy? –pregunta– Qué lástima, somos muy amigos, me entrevistó a finales de los 80, recién llegado a Hollywood, y me basta mirarle a los ojos después de una première para saber si he hecho un buen trabajo o no”. De repente, se escucha un motor y vemos salir del garaje una camioneta Chevrolet 2500 Silverado Fleetside.
“Mis niños fueron hippies felices con ropa divertida, pantalones con flecos y mocasines”¿No va Quentin Tarantino al volante?
¿Hace falta que cuenten eso? Les ruego que sean discretos. Se han escrito muchas barbaridades y Quentin y yo solo somos amigos, nuestra relación es profesional, estamos estudiando posibles proyectos. Por favor, si casi podría ser su madre...
Su carrera le debe mucho...
Quentin me rescató en los años 90 cuando llevaba unos años etiquetada en el cine gore, en Hollywood solo me ofrecían splatters, con mucha sangre y vísceras. Para hacer buenas películas, tenía que irme a Europa. Tal vez no he sabido moverme bien en esta industria, de joven ya me costó porque era muy tímida, Sam Peckinpah me llegó a rechazar por esa razón. Mi primer papel importante fue en Ojo del diablo, un filme de terror donde tuve la suerte de tener al lado a excelentes actores como David Niven o Deborah Kerr.
Y, poco después, trabajó con el que sería su marido, Roman Polanski.
Me contrató para El baile de los vampiros. Era muy perfeccionista, para una de las secuencias rodamos ¡setenta tomas! Luego hice una película horrible, No hagan olas, con Tony Curtis y Claudia Cardinale, que publicitaban en las calles con enormes carteles míos en bikini. Fue el principio del fin, posé para Playboy, me llamaron ‘la nueva Marilyn Monroe’ y encadené papeles de rubia tonta... Todos los estudios de Hollywood estaban dirigidos por hombres mayores, que buscaban lo que buscaban, lo que yo llamo los pre-Weinstein. ese tipo de fama me trastocó, me obsesioné con no cambiar, no quería volverme una diva sofisticada, quería ser siendo hippie. Me harté y me largué a Italia, donde había vivido tres años, porque mi padre era coronel y cambiábamos de ciudad constantemente, de hecho mi primera portada en bañador fue en un periódico militar, Stars and Stripes. El caso es que hablaba bien el idioma y, en una fiesta, me presentaron a Fellini. Él me rescató primero, con esos papeles inolvidables en Amarcord o Y la nave va... pero parece que nadie en EE.UU. vio esas películas, me seguían ofreciendo cosas como Scream o Sé lo que hicisteis el último verano... hasta que llegó Quentin y me hizo protagonista de Pulp fiction 2.
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Su ex marido, Polanski, ha afrontado juicios por violación...
No me pregunten por eso, es el padre de mis dos hijos, ¿qué puedo decir yo? Nos separamos y siempre hemos mantenido el contacto, me sorprendió porque conmigo, tras el divorcio, siempre se ha portado bien. Pero, como mujer maltratada, no voy a frivolizar o a poner en duda testimonios de víctimas. Creo que ha conseguido resolver esos temas por la vía judicial, pero pregunte a los abogados y fiscales.
¿Mujer maltratada?
¡No por él! Por mi novio anterior, el actor francés Philippe Forquet, que me envió alguna vez al hospital. Roman no, por favor, él me adoraba. Nos casamos en 1968 en Londres, ¿ve aquella foto? Sucede que él, bueno, no creía en la fidelidad. Nuestro acuerdo matrimonial consistía en que él me mentía y yo intentaba creerle. Nos trasladamos a Los Angeles, y nuestro entorno era el de las estrellas de Hollywood: Warren Beatty, Jacqueline Bisset, Joan Collins, Mia Farrow, Jane Fonda, Steve McQueen, Peter Sellers... todos entraban y salían de casa cuando querían, un poco como ahora, que las puertas están siempre abiertas. Fueron buenos tiempos, aunque un poco desordenados. Bruce Lee me dio clases de artes marciales, que me fueron muy útiles.
¿Cómo fue la educación de los niños junto a Roman, en ese ambiente, digamos, disipado?
Muy buena. No planeamos nada en especial, pero teníamos ideas abiertas. Es decir, leí en un libro que, si no permites que un niño rompa la porcelana de casa, detendrás su evolución mental. Y que pasan por etapas desagradables en las que dicen palabrotas. Mis hijos hicieron todo eso y mucho más, y está bien. Recuerdo que le dije a Roman: “No pienso vestirlos jamás con ropa aburrida. ¡Quiero que sean niños hippies muy felices con ropa divertida, como pantalones con flecos y mocasines!”. Esos eran mis principios. ¡Ahora llevan traje y corbata!... pero es su vida.
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¿Es cierto que participará en la próxima película de Woody Allen?
Sí. Él fue el que, tras ver Pulp fiction 2, me dijo: “Sharon, ¿no crees que no te consideraran seriamente hasta que te construyas una carrera como actriz cómica?”. Al principio dudé de si me estaba criticando pero, afortunadamente, se trataba de un proposición de trabajo.
Hay una fecha que pudo haber cambiado su vida. ¿Cómo recuerda aquel 9 de agosto de 1969?
Como algo horrible. Gracias a Dios, decidí asistir esa noche a una fiesta en el último momento pero no dejo de pensar en mis amigos asesinados por aquellos locos de la familia Manson. Es increíble que aún existan libros y películas que glorifican a aquella banda de tarados. EE.UU. es el único país del mundo donde los serial killers son héroes como los futbolistas.
A los 82 años, ¿qué espera?
Quiero vivir. Estoy abierta a todo.
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